19 de abril de 1994. A las 9:00 a.m. llega a la hacienda La Chihuahua, en Pacho, Cundinamarca, el herrador de Tupac Amarú. Mientras hace su trabajo el señor José Urrego acaricia al animal y le repite con tono benévolo: “Quédese quieto Niño. No le va a doler”. A las 9:30 a.m. Itor Montero, el último chalán de Tupac Amarú, monta al caballo. A las 9:50 a.m. se baja del animal y le ordena a alguno de los trabajadores de la finca: “Déjelo desacalorar y luego lo entra al establo”. Hacia las 10:00 a.m. el caballo se lanza ávido a beber agua y casi de inmediato se deja caer al suelo. Se retuerce desesperado. “No lo dejen revolcar —grita alguien—. Se le va a hacer un nudo en las tripas”. Llega su veterinario personal. Pide refuerzos. Le ponen sondas. Le dan medicinas. Nada se puede hacer. A las 11:45 a.m. muere. Diagnóstico: colitis X, una inflamación del aparato digestivo fulminante.
Muere Tupac Amarú. “El caballo del millón de dólares”. El único capaz de hacer la figura del ocho hacia delante y hacia atrás con la misma destreza. Muere la obsesión en vida de Gonzalo Rodríguez Gacha, El Mexicano, miembro del cartel de Medellín, quien había muerto en Tolú el 15 de diciembre de 1989 mientras huía de un operativo militar. Por eso fue su esposa, Gladys Edilma Álvarez Pimente, la Patrona, quien ordenó qué hacer con el animal. “Entiérrenlo, sin ceremonias ni homenajes”, cuenta un trabajador que dijo ella. Pero uno de los sobrinos del capo, que conocía el amor de Gacha por el caballo, “amor que rayaba con la idolatría”, movió cielo y tierra para que al menos disecaran la cabeza. Logró salvar también la piel y las cuatro patas. Si el Patrón hubiera estado vivo —coinciden muchos— habría disecado al animal completo y hoy, en la entrada de Pacho, “la capital naranjera de Colombia”, estaría Tupac Amarú e
n lugar de la escultura de una naranja.
Calbado por Su ultimo dueño el narcotraficante Gonzalo Rodrigues Gacha
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